domingo, 29 de noviembre de 2015

Prisión

Una vez más, en una abrumadora sensación, me asalta al despertar el inexorable paso del tiempo, y el saber que, con él, dejé marchar los ocho años que debieran haber sido los mejores de mi vida: aquellos en los que una se supone debe estar en su mejor momento.

Y sin embargo aquí estoy, encerrada en cuerpo extraño, que no corresponde a la persona en sus adentros y que, por más que intente corregir su forma, nunca podrá lograrlo, al no ser capaz de encoger sus huesos. 

A este cuerpo lo acompaña un peinado digno del estereotipo de lesbiana obesa, "demasiado masculina", típico en películas y series, resultado a partir de que quienes en teoría me apoyan, e insisten en entender mi situación, no permiten que lo deje crecer más.

Así me siento: sin ropa, sin pelo, y sin un cuerpo que pudiera acompañarlos. La mayoría lo asumen como algo elegido, que deseo por capricho, y que puedo desechar cuando quiera. Otros insisten en que la joven refugiada en mi cuerpo no es sino un mal huésped, un parásito que no debería estar ahí, que no forma parte de mi ser, y que amenaza con robarme el puesto, con sustituirme y suplantarme de la más vil manera.

Todos a mi alrededor amenazan con quitarme algo si oso dar un paso al frente. A veces me pregunto si en verdad tienen algo más que quitarme, si no es un par de billetes o un techo bajo el que dormir. A veces me pregunto si estos supuestos privilegios merecen la pena. A veces, simplemente, pensar en todo esto me supera.

Puedo verme en un par de años, sola, sin saber dónde ir o a quién acudir, llena de rencor hacia el mundo que me vio nacer veintitantos años tarde. Habré dejado tanta ropa por vestir, tantos peinados por probar, y tantos halagos por recibir, que nunca podría tenerlos a tiempo.

Quizás me quedasen un par de años buenos, si jugué bien mis cartas, siendo consciente de que no sé jugar. Después no seré sino una ruina quebrada, una anciana arrugada que no tuvo tiempo a vivir. Y ni siquiera me dirán aquello de que sólo tengo la belleza, y que sin ella nada soy, porque nunca habré tenido la oportunidad de tenerla.

Ese debería ser mi epitafio: ''Murió como nació: Gorda, calva, fea, y siendo difícil distinguir su sexo.''