Y te encuentro aquí delante,
observando mi semblante,
sin que yo pueda mirarte
por temor a derrumbarme,
en el mar que tú creaste
con tan solo desterrarme
de las tierras que soñase
sin pensar en lo que pase
porque ya muerto me hallaste.
Y me observas entre duda
con mirada que aún perdura,
en mi mente tan corrupta...
Alimentas mi locura
con tu odio, tu ternura,
tu maltrato a mi cordura.
Y hasta el día en que resurja,
que mi alma mire muda
con una mirada oscura.
Mantendré mi alma callada,
aún si gritos me desgarran,
pues mi mente está ofuscada
por tu sola y simple falta.
Baja el filo de la espada
que han creado tus palabras,
y que cada vez que hablas
esta está más afilada.
Déjame gritar en calma.
Tú me llevas a un lugar
donde nunca me han de hallar,
donde al fin puedo volar
sin temer lo que encontrar
ni pensar en mi pesar.
Furia e ira a desatar,
mi alma aún por entregar.
Nada temo, ya no más,
en mi abismo de maldad.
Bulle en rabia mi garganta,
es mi sangre y es savia,
mientras todo el mundo cambia
por mi vista despreciada.
Y seré por siempre un paria,
pero no un alma ordinaria.
Es oscura mi plegaria:
que no siga solitaria,
en mi abismo de desgracia.
Y me miras aún, reflejo
mientras ríes con despecho.
¡Di, demonio! ¡¿Qué te he hecho?!
¡¿Ni a gritar tengo derecho?!
¡¿Por qué esperas al acecho
a que me mire en el espejo?!
¡No me mires, yo no puedo!
¡Ve a la sombra con mis miedos!
¡Déjame vivir mi infierno...!
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